‘Cambio de Turno’, primer premio del certamen de relatos breves sobre enfermería

TÍTULO RELATO«CAMBIO DE TURNO»

AUTOR: CLAUDIA LLORCA FERNÁNDEZ

El olor a desinfectante residía en el ascensor donde Miranda se dirigía con paso ligero a la planta donde estaría las próximas semanas. Al ser la última incorporación en él servicio, un compañero le había pedido el pequeño favor de encargarse de los turnos de noche durante su ausencia. 

Su primera noche resultó ser tranquila. Salvo dos cirugías, se pasó la noche en vela leyendo El retrato de Dorian Gray. Los turnos se volvieron monótonos hasta la noche del miércoles, cuando tras volver del servició se encontró con un diario bastante antiguo dentro del cajón de la mesa. Al abrirlo, se quedó sin aliento.

10 de enero de 1914. Por culpa de la guerra hemos perdido a tres soldados más. Hemos tenido que recurrir a iglesias para alojar a los heridos. La desesperación es cada vez más grande y este diario es la única manera de no caer en la locura.  Leandro.

A Miranda se le puso la piel de gallina. Sabía que se trataba de un hombre de la Primer Guerra mundial. No supo el porqué, pero tras haber cometido el error de dejar su libro en casa, cogió un boli y escribió su historia.

10 de enero de 2025. Hola, mi nombre es Miranda e igual estoy loca al escribirle sabiendo que es muy probable que no lo lea, pero sentí la necesidad de decirle que no está solo. Sé lo doloroso que es perder a un paciente. Miranda.

A las 8:14, lo cerró y salió del hospital. Al llegar a casa, se metió en la cama tras varios traspiés.

La noche siguiente descubrió que sorprendentemente que Leandro le había contestado. 

11 de enero de 1914.  Miranda no sé quien eres ni como su mensaje ha aparecido aquí, pero debo agradecerle por sus dulces palabras. Claro está, es despampanante la idea de poder comunicarnos siendo de épocas diferentes. Dígame, Miranda. ¿Cómo es la vida en sus tiempos?

Las aletas de su nariz se abrieron y dejó paso a una cantidad inmensa de oxígeno. Pensó que sería una broma, pero algo en su interior la animó a escribir de vuelta.

11 de enero de 2025. ¡Hola, Leandro! Yo también pienso que es una locura. Yo… me encontré este diario en un cajón del servicio de cirugía donde ahora hago los turnos de noche de un compañero. Cuando lo abrí, descubriéndole, pensé que no perdía nada en contestarle. Como respuesta a su pregunta, no se puede llegar a imaginar lo diferente que es la vida ahora. La tecnología, los avances en la medicina… todo ha evolucionado.  Debo confesarle qué a mis 25 años, no he experimentado gran cosa y lo único que sé acerca de la Primera Guerra Mundial, es a través de los estudios. ¿Cuántos años tiene? ¿Es verdad que fue una masacre?

A los pocos minutos, la respuesta de Leandro hizo que su pequeño, pero profundo corazón diera una sacudida. 

11 de enero de 1914. Noto en estas páginas su sufrimiento. Yo también me he llegado a sentir así, y no tiene nada que ver con la guerra. Cambiando de tema, me sorprende y me da esperanzas al saber que la vida ha mejorado a pesar de todo. ¿Enserio tiene 25 años? Admito que se me ha escapado una sonrisa. Tengo 27. Y si, todo es una masacre. Algunos ya no saben ni a que bando pertenecer, pero nunca nos rendiremos. Nos dejaremos la carne y los huesos por aquellos que lo necesiten.

Miranda sintió un nudo en la garganta. La guerra había cambiado, pero el dolor y la lucha de los enfermeros seguían siendo los mismos. Así, noche tras noche, Leandro y Miranda intercambiaban mensajes a través del tiempo, disfrutando de su compañía. Leandro le habló sobre la escasez de suministros y cómo el frío le desgarraba las entrañas. Miranda sobre la pandemia de 2020 y como a pesar de todas las pérdidas, salieron a delante.

Se convirtieron en un apoyo mutuo, dejando a un lado los años que les separaban. Miranda podría mentir, pero nunca negó como empezó a florecer el amor entre ellos y como el peso de la confianza era cada vez más ligera. Encontraron resguardo en un mundo donde la muerte estaba a la vuelta de la esquina. Miranda podía seguir sintiéndose invisible, pero cuando caía la noche y abría el diario, Leandro la esperaba con los ojos muy abiertos.

25 de enero de 2025. Nunca imaginé como con unos días y muchos cafés, una podía aprenderse toda la historia de la guerra en la que está ahora viviendo. Es… aterrador y a la vez brillante saber que cada día os levantáis con una sonrisa dispuestos a salvar vidas, tratar infecciones, controlar hemorragias. Y todo ello en condiciones extremas. 

Leandro, puede que no le conozca mucho, pero sé que es usted un luchador. Un enfermero del que me hubiera encantado tenerle a mi lado hoy en día. 

Una vez me habló de la Cruz Roja. Admito que de eso también me he estado informado y casi termino llorando al saber todas las cosas positivas y las inmensas aportaciones que nos ha entregado. Gracias, Leandro.

25 de enero de 1914. Hoy ha sido un día difícil. Nos bombardearon al amanecer y tuvimos que evacuar a los heridos a toda prisa. No sé cuánto más podremos aguantar aquí. Pero sigo creyendo que la vida nos guarda algo mejor. Miranda, quiero agradecerle todo lo que hemos compartido y tu generosidad por informarte sobre este caos de guerra. Supongo que, a estas alturas, bien sabe usted que preferiría morir si con ello salvo alguna vida más. Aunque solo sea una. Un enfermero nunca se rinde. Me gustaría escribirle más y contarle todo lo que ven mis ojos ahora mismo, pero los enemigos nos pisan los talones y dudo que sea prudente quedarme aquí escribiendo en vez de ayudar a los que lo necesitan. Con amor, Leandro.

A la hora del alba, Miranda regresó a la planta a por el diario. Lo cogió y lo pegó contra su pecho. No dejaba de imaginarse el aspecto de Leandro. En cómo sería si hubieran podido compartir época.  Miranda pasó la página con el corazón en un puño, esperando otra entrada, otro rastro de Leandro. Pero no había más palabras. Solo un informe amarillento, doblado entre las hojas del diario. Lo desdobló con lentitud. “El enfermero Leandro Molina cayó en servicio el 26 de enero de 1916 durante un bombardeo en el Somme. Se intuye que murió intentando salvar a los heridos en la enfermería de campaña.»

Cerró el diario con un susurro ahogado. Afuera, la lluvia golpeaba los cristales del hospital. Leandro nunca había visto el final de la guerra. Nunca había sabido que Miranda, un siglo después, lloraría por él. Y, sin embargo, ella lo había amado.