Autora: Claudia Llorca
Relato breve ganador del Certamen 2025 de relatos breves ‘Sobre enfermería’
El olor a desinfectante residía en el ascensor donde Miranda disponía de un total de cuarenta minutos para entrar en el quirófano. Con paso acelerado, consiguió llegar a tiempo. No le sorprendió lo más mínimo la forma en que nadie se percató de su llegada. Ni si quiera de su salida al terminar.
Se colocó detrás del recibidor chequeando unos informes.
-¡Miranda! ¡Aquí estás! – Julia se encontraba exhausta y con el pelo revuelto- . Necesito que te encargues de los turnos de Héctor. Se va de vacaciones un par de semanas y no encontramos a ningún sustituto.
Miranda se alegró del hecho de que pensaran en ella por una vez. Siempre se había sentido invisible, irrelevante.
El ligero asentimiento que hizo con la cabeza, le indicó que estaba dispuesta a hacerlos.
-¡Gracias! – le dijo la mujer-. Serían los turnos de noche, pero no creo que dispongas de muchos pacientes en tu próxima zona. Suele estar vacía.
Tras eso, le puso sobre sus manos una torre de papeles. Dedujo que debía echarles un vistazo. Se despidió de su compañera, o al menos lo intento y se dijo que lo revisaría todo mientras almorzaba.
Su primera noche de turno resultó ser como Julia le había comentado. Salvo dos cirugías, se pasó la noche leyendo El retrato de Dorian Gray.
Los turnos se volvieron monótonos, hasta que llegó la noche del miércoles. Salía del servicio cuando al volver a su puesto, descubrió un diario encima de la mesa. A simple vista, no lo reconoció. Juraba no haberlo visto por ninguna parte del hospital. Llegó a la conclusión de que pertenecía a algún paciente, pero en el momento en el que, por cotilla, decidió inspeccionarlo, dejó de respirar.
Alguien había escrito algo.
10 de enero de 1914
Por culpa de la guerra, hemos perdido tres soldados más. Hemos tenido que recurrir a iglesias para alojar a los heridos. La desesperación es cada vez más grande y este diario es la única manera de no caer en la locura.
Leandro.
A Miranda se le puso la piel de gallina. Sabía que se trata de un hombre de la Primera Guerra Mundial. No supo el porqué, pero al olvidarse su libro en casa, cogió un boli y escribió su historia.
10 de enero de 2025.
Hola, mi nombre es Miranda e igual estoy loca al escribirle sabiendo que es muy probable que no lo lea, pero sentí la necesidad de decirle que no está solo. Se lo doloroso que es perder a un paciente.
Miranda.
A las 08:15, lo cerró y salió del hospital. Al llegar a casa, se metió en la cama tras varios traspiés. Consiguió dormir con el corazón acelerado.
La noche siguiente estaba tan cansada y sola que se recostó en la silla y abrió el diario por curiosidad. Se le cayó el alma al suelo al descubrir que tras lo que ella había escrito esa noche, Leandro le había contestado.
11 de enero de 1914
Miranda…no sé quién es ni como su mensaje ha aparecido aquí, pero debo agradecerle por sus dulces palabras. Claro está, es increíble la idea de poder comunicarnos siendo de épocas completamente diferentes. Dígame, Miranda ¿cómo es la vida en su tiempo?
Leandro.
Las aletas de su nariz se abrieron y dejó paso a una cantidad inmensa de oxígeno. Pensó que sería una broma, pero algo en su interior le animó a escribir de vuelta.
11 de enero de 2025.
¡Hola, Leandro! Yo también pienso que es una locura. Yo… me encontré este diario en una mesa del servicio de cirugía donde ahora hago los turnos de noche de un compañero. Cuando lo abrí, descubriéndole, pensé que no perdía nada en contestarle. Como respuesta a su pregunta, no se puede llegar a imaginar lo diferente que es la vida ahora. La tecnología, los avances en la medicina…todo ha evolucionado.
Debo confesarle que, a mis 25 años, no he experimentado gran cosa y lo único que se acerca de la Primera Guerra Mundial, es a través de los estudios. ¿Cuántos años tiene? ¿Es verdad que fue una masacre?
Miranda.
La enfermera dejó el diario a un lado cuando sus tripas gruñeron. Se paseo por el solitario hospital con un sándwich de pollo y lechuga entre sus manos. Todo estaba oscuro, pero a su alrededor había muchos corazones luchando por no perder su latido. Muchas personas con seres queridos ingresados esperando su regreso a casa. Una lagrima se deslizó por la comisura de su labio superior, apretó de nuevo sus labios, reprimiendo un sollozo.
Volvió a su puesto y la respuesta de Leandro hizo que su pequeño, pero profundo corazón diera una sacudida.
11 de enero de 1914.
¿Sabe una cosa, señorita Miranda? Noto es estas páginas su sufrimiento. Como si alguien le hubiera exprimido todo su jugo. Yo… también me he llegado a sentir así y no tiene nada que ver con la guerra. Cambiando de tema, me sorprende y me da esperanzas el saber que la vida ha mejorado a pesar de todo. ¿En serio tiene 25 años? Admito que se me ha escapado una sonrisa. Tengo 27 y sí todo esto es una masacre. Algunos ya no saben ni a que bando pertenecen, pero nunca nos rendiremos. Nos dejaremos la carne y los huesos por aquellos que lo necesiten.
Leandro.
Miranda sintió un nudo en la garganta. La guerra había cambiado, pero el dolor y la lucha de los enfermeros seguían siendo el mismo.
Así, noche tras noche, Leandro y Miranda intercambiaban mensajes a través del tiempo, disfrutando de su compañía. Leandro le habló sobre la escasez de suministros y como el frio desgarraba las entrañas. Miranda sobre la pandemia de 2020 y como a pesar de todas las pérdidas, salieron adelante.
Se convirtieron en un apoyo mutuo, dejando a un lado los años que les separaban. Miranda podría mentir, pero nunca negó como empezó a florecer el amor entre ellos y como el peso de la confianza era cada vez más ligero. Encontraron resguardo en un mundo donde la muerte estaba a la vuelta de la esquina. Miranda podía seguir sintiéndose invisible, pero cuando caía la noche y abría el diario, Leandro la esperaba con los ojos muy abiertos.
Dos semanas más tarde, Miranda buscaba un formulario. Julia apareció por la puerta apurada. Cruzó delante de ella sin mirarla siquiera. Dos horas más tarde, cuando la luz del atardecer se filtraba por las cortinas beige de la habitación del hospital y las paredes se teñían de un tono dorado claro, apoyó sus manos sobre unas muy diferentes, frías y arrugadas. Doña Elvira la observó con ojos cansados, pero llenos de vida.
-Siempre vienes y te aseguras de que esté todo bien – susurro con un deje de tristeza en su voz – Y, sin embargo, casi nadie se da cuenta de que estás aquí.
Miranda recorrió la habitación antes de mirar a la mujer de la cama.
-Es parte de mi trabajo – se encogió de hombros- Estar sin estar.
-Eso suena como una carga pesada.
Miranda suspiró y la acompañó sentándose en la silla de al lado.
-Es curioso- comento doña Elvira.
Miranda frunció ligeramente el ceño. La mujer se recostó en la cama sin apartar sus grandes ojos azules de la cara de la enfermera.
-Muchas veces me he sentido invisible, como tú- le señaló con un dedo tembloroso- He vivido más de ochenta años, tuve una familia, trabajé, fui alguien, pero ahora…soy solo un paciente en otra cama. La gente me mira, pero no me ve.
Miranda reflexionó sobre sus palabras en el turno de noche, con el diario entre sus piernas. No era la primera vez que hablaba con esa mujer, pero habían tenido una conversación profunda y de algún modo le había dejado huella en su alma.
Durante unos días, Miranda apartó su lectura habitual para documentarse sobre las consecuencias que tuvo la guerra y como transcurrió. Había encontrado un libro viejo en la biblioteca de su ciudad y ahora era incapaz de dejar de leer sobre ello. No sabía que le podía marcar tanto. Después, escribió en una nueva hoja del diario.
25 de enero de 2025.
Nunca imaginé, como con unos días y muchos cafés, una podía aprenderse toda la historia de la guerra en la que estas viviendo ahora. Es… aterrador y a la vez esperanzador, saber que cada día os levantáis con una sonrisa dispuestos a salvar vidas, tratar infecciones, controlar hemorragias y todo ello en condiciones extremas.
Leandro puede que no te conozca mucho, pero sé que eres un luchador. Un enfermero al que me hubiera encantado tener a mi lado hoy en día.
Una vez me hablaste de la Cruz Roja. Admito que de esto también me he estado informando y casi termino llorando al saber todas las cosas positivas y las inmensas aportaciones que nos ha entregado. Gracias, Leandro.
Miranda.
25 de enero de 1914
Hoy ha sido un día difícil. Nos bombardearon al amanecer y tuvimos que evacuar a los heridos a toda prisa. No sé cuánto más podremos aguantar aquí. Pero sigo creyendo que la vida nos aguarda algo mejor. Miranda, quiero agradecerte todo lo que hemos compartido y tu generosidad por informarte sobre este caos de guerra. Supongo que, a estas alturas, bien sabes que preferiría morir si con ello salvo alguna vida más. Aunque solo sea una. Un enfermero nunca se rinde. Me gustaría escribirte más y contarte todo lo que ven mis ojos ahora mismo, pero los enemigos nos pisan los talones y dudo que sea prudente quedarme aquí escribiendo en vez de ayudar a los que lo necesitan.
Con amor, Leandro.
“Con amor, Leandro” Esas palabras tocaron lo más profundo del ser de Miranda. Palabras tan puras como esas no eran dichas por muchos y ella lo sabía muy bien.
A la hora del alba, Miranda recibió una llamada de un número desconocido. Sin pensar mucho contestó. Tenía los ojos llorosos y se encontraba soñolienta.
-Miranda, soy Héctor- su voz era ronca- Quería agradecerte por hacerme mis turnos de noche. Julia me dijo que lo aceptaste al momento. Si no hubiera sido por ti…no podría haber pasado estas semanas con mi hija.
-Ah, hola Héctor, no hay de que. La verdad es que no se me han hecho pesadas, al contrario- confesó.
La risa de Héctor al otro lado de la línea no sonó forzada, por lo que Miranda se permitió respirar.
-¿Te apetece quedar un día para tomar algo? – Le propuso con emoción.
Ella miro hacia la mesa donde el diario seguía abierto.
-Yo…veras, Héctor agradezco mucho tu invitación, pero tengo mucho trabajo últimamente. Mi planta necesita que me incorpore de nuevo y seguro que tengo una montaña de papeles a mi regreso.
Héctor la entendió, aunque en el fondo sentía que no le estaba siendo sincera. Se despidieron y Miranda solo pudo mantener la vista en la ventana, imaginándose el aspecto de Leandro. En cómo sería si hubieran podido compartir época, por que, para él, ella no era invisible
Tres días más tarde, Miranda regresó a la planta a por el diario. Lo cogió y lo pegó contra su pecho. Pasó las páginas con el corazón en un puño, esperando otra entrada, otro rastro de Leandro. Pero no había más palabras. Solo un informe amarillento, doblado entre las hojas del diario. Lo desdobló con lentitud.
“El enfermero Leandro Molina cayó en acto de servicio el 26 de enero de 1916 durante un bombardeo en el Somme. Se sabe que murió intentando salvar a los heridos de la enfermería de campaña”
Cerro el diario con un susurro ahogado. Afuera, la lluvia golpeaba los cristales del hospital. Leandro nunca había visto el final de la guerra, nunca había sabido que Miranda, un siglo después, lloraría por él.
Y, sin embargo, ella lo había amado.
Paris.
